Los debates centrados en los efectos de la tecnología en la educación son un reflejo de las discusiones sobre su impacto en un sentido más amplio, tanto desde el punto de vista económico como social, cultural y político. Estos debates dieron lugar a polarizaciones extremas desde el inicio mismo de la revolución industrial. Por un lado, aparecieron las visiones románticas, que sólo podían ver los efectos democratizadores y modernizantes de la tecnología. Por el otro lado, muchos observadores se ocuparon de resaltar las nuevas desigualdades que acompañaban la difusión de tecnologías y los nuevos espacios que se abrían para la explotación comercial y la invasión a la privacidad.
En la segunda mitad del siglo XX, con la masificación de la televisión y, fundamentalmente, a partir de la introducción de las computadoras en las escuelas, el debate se focalizó y cobró especificidad para el campo educativo.
En este contexto, aparecieron las miradas optimistas, que se alegraron con la posibilidad de que las nuevas tecnologías revolucionaran la pedagogía. Seymour Papert, discípulo de Jean Piaget y creador del LOGO, fue quizás el mayor exponente de esta visión. Ya en 1987 sostenía que la relación del niño con la computadora dota a los procesos de aprendizaje de un dispositivo fundamental para que la educación se transforme en un proceso de construcción personal (Papert, 1987 y 1995). Inclusive, Papert llegó a predecir la desaparición de la institución escolar: “En el futuro no habrá escuelas. La computadora hará desaparecer la escuela” (Papert, 1980: 37, citado por Buckingham, 2008: 12). En esta misma línea, otro pensador que defiende el poder transformador de la tecnología es Nicholas Negroponte, quien en su célebre libro Ser digital escribió: “Quizá lo que sucede en nuestra sociedad es que no son tantos los niños incapacitados para aprender y lo que hay son más entornos incapaces de enseñar de lo que creemos. El ordenador cambia esta situación capacitándonos para llegar a los niños con estilos cognitivos y pedagógicos diferentes” (Negroponte, 1995: 120).
En el otro extremo, algunos autores enfatizan los efectos negativos de las nuevas tecnologías sobre la educación. Theodore Roszak, por ejemplo, insiste en la importancia de distinguir entre lo que las computadoras pueden hacer cuando procesan información y lo que las mentes hacen cuando piensan, y advierte sobre el peligro de que la “Era de la Información” penetre en el curriculum escolar y reemplace las “ideas” por “información”(Roszak, 1994). Por su parte, Bowers lidera una postura que advierte sobre los efectos descontextualizadores de los usos de la tecnología en la educación, tanto porque la información globalizada no considera al conocimiento generado localmente, como porque el “individualismo pedagógico” de Papert, que clama por la educación como un acto privado, no considera la importancia socializadora del proceso de aprendizaje (Bowers, 1988, citado en Buckinham, 2008).
Al margen de esta polarización, y más allá de los efectos que la tecnología, y específicamente, las computadoras, pueden tener sobre la educación, algunos autores se centran en las consecuencias que éstas tienen sobre la infancia. En The Disappearance of Childhood, Neil Postman argumenta que la irrupción de la televisión e Internet en la vida de los niños está terminando con la infancia (Postman, 1994). La exposición excesiva a la información, antes denegada a los niños, está eliminando la propia noción de infancia, que es una noción construida socialmente a partir de la masificación de la alfabetización y de la escolarización.
Estos posicionamientos implican diferentes opiniones respecto del tipo y de la intensidad del rol de las computadoras en la escuela. En el extremo “optimista” las nuevas tecnologías debieran atravesar el trabajo escolar en su totalidad. Tal como sostuvo, provocativamente, el célebre pedagogo Francisco Tonucci en una entrevista: “La misión de la escuela ya no es enseñar. Esto lo hace mejor la TV o Internet”… “debe ser el lugar donde los chicos aprendan a manejar y usar bien las nuevas tecnologías, donde se transmita un método de trabajo e investigación científica, se fomente el conocimiento crítico y se aprenda a cooperar y trabajar en equipo” (Diario La Nación, 29/12/2008). Desde la mirada crítica, por su parte, se advierte sobre los riesgos del uso de las nuevas tecnologías, y se denuncia que los políticos y los educadores deberían “ser más críticos con respecto a los pronósticos de la educación computarizada, y empezar a insistir en un rol más serio en definir y direccionar los usos apropiados de la tecnología en sus clases” (Goodson y Manan, 1996: 79 –la traducción es de las autoras–). Entre aquellas voces que se oponen terminantemente al uso de la tecnología en las escuelas y aquellas otras que pregonan la introducción de las TIC como si fueran la salvación de la educación, aparecen algunas posiciones intermedias, que creen en la potencialidad de la enseñanza de y a través de las TIC sin por ello dejar de reconocer sus limitaciones. En general, estas posiciones abogan por la necesidad de generar ciertas condiciones en las escuelas (por ejemplo, docentes capacitados) para que efectivamente el fortalecimiento de la introducción de las TIC en las escuelas tenga un impacto en el aprendizaje de los alumnos.